Por huggo romerom™

Si la Margarita no tuviera el sufijo sería ‘Marga’.
Dicen que el idioma es el espejo del alma de un pueblo, y si eso es cierto, entonces los mexicanos tenemos un alma diminutiva, tierna, y sabrosamente cabrona. Porque aquí, en este país de volcanes dormidos y corazones ardientes, no hay molécula más profundamente emocional, más sinceramente nacional, que el sufijo -ITA.
Las ITAS nacen con nosotros. Nos respiran. Nos acompañan como el chile en el caldo o el bolillo en el susto. A veces son personas, a veces son emociones disfrazadas, pero siempre, siempre, son mexicanas. Las ITAS no necesitan pasaporte ni visa cultural. No se explican en la Real Academia Española porque ellas no son teoría: son praxis, son vivencia, son carne y hueso.
Mamita, abuelita, casita, fiestecita, Lupita, Blanquita, Marthita, Patyita. En esta tierra, lo que amamos se achica para volverse entrañable. En un giro profundamente poético y contradictorio, mientras el mundo compite por ser más grande, nosotros lo que queremos es hacerlo chiquito para que quepa en el pecho. Para hacerlo nuestro. Para que no se nos escape.
La ITA como código emocional
Desde morritos, nuestra primera aproximación al afecto no es verbal ni racional: es fonética. La “ITA” se nos mete por la oreja y se nos instala en la lengua. No decimos mamá. Decimos mamita. No es la casa. Es la casita. Porque en el fondo, toda nuestra emocionalidad está tejida con diminutivos que agrandan el alma.
¿Y qué decir del contexto escolar? Allí, entre loncheras, lápices mordidos y lápices sin punta, pululan las ITAS como abejitas obreras del cariño. La Juanita que te compartía su Gansito, la Anita que te daba besos de primaria detrás del tobogán, la Sarita que siempre traía plastilina… ¿Quién no tuvo una ITA que te hizo reír o llorar?
Y conforme creces, no las dejas atrás: las ITAS maduran contigo, como el tequila. Entras al mundo laboral y ahí están: la recepcionista Lupita que es más eficaz que un ERP, la contadora Marthita que conoce el SAT mejor que cualquier software, la asistente Blanquita que te salva de ti mismo cuando olvidas la cita con el cliente más importante del año.
Y ojo: a veces las ITAS no vienen con nombre propio. Son estructuras sentimentales de apoyo: la agüita, la comidita, la fiestita, la escapadita, la platiquita. Una ITA bien dicha puede desactivar una bomba emocional o encender un incendio de pasión, según el tono y el contexto. Es, por así decirlo, la inteligencia emocional del mexicano en versión lingüística.
La gramática del corazón
El sufijo -ITA no es una regla: es una rebelión. Es la forma en que el mexicano tuerce el idioma para que quepa su alma. La academia podrá decir misa sobre los sufijos y prefijos, pero lo que aquí ocurre es magia cultural. A diferencia del diminutivo castellano, que muchas veces es condescendiente o irónico, el diminutivo mexicano es afectivo, cálido, lleno de códigos no verbales.
Y claro, también es jerárquico. Porque una cosa es una ITA impuesta (cuando llegas a una oficina y ya existe una Lupita que no bautizaste tú) y otra muy distinta es “sufijar” una ITA propia. Porque tú la descubriste, tú la nombraste, tú la hiciste parte de tu ecosistema emocional-laboral. Una ITA nombrada es una ITA adoptada.
ITA, identidad nacional y revolución emocional
Las ITAS son un acto subversivo. Son la prueba lingüística de que el mexicano se resiste al frío del mundo moderno con palabras que apapachan. Que mientras otros países eliminan acentos, nosotros les ponemos ITAS. Porque aquí el afecto no se dice, se construye fonéticamente.
No por nada en México el mole puede ser verde, rojo o negro, pero una Doñita que lo prepara con amor… esa sí es irreemplazable. Lo mismo pasa con las ITAS: no importa el cargo, la edad o la función. Una ITA es esa presencia que equilibra el caos, endulza la rutina y le da a la vida el sabor del hogar.
Conclusión
No hay mole sin ITAS. No hay México sin mole. Ergo: no hay México sin ITAS.
Las ITAS son más mexicanas que el mezcal, más nobles que la burocracia, más auténticas que el Himno Nacional cuando lo canta alguien con lágrimas en los ojos. Son pequeñas grandes estructuras de afecto que moldean el alma de este país, que le dan nombre al cariño y forma a la nostalgia.
Así que sí, ríanse los gringos con su “sweetheart” o los franceses con su “mon petit chou”… aquí, nosotros tenemos a la Lupita, a la casita, a la mamita… y créanme: con eso nos basta para entender que el amor se dice en diminutivo, pero se siente en gigante.
Artículo dedicado a Lupita, Blanquita, Marthita, y Patyita.
Jaque Mate.

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