Por huggo romerom™

Si hay algo que la sociedad no tolera, es la verdad sin anestesia. La diplomacia ha hecho de la hipocresía un arte, pero hay cuatro categorías de individuos que no manejan filtros: los francos, los enojados, los niños y los etílicos consuetudinarios. No importa cuánto se intente suavizar el mundo con reglas de etiqueta, corrección política o discursos prefabricados, estas cuatro tribus nos recuerdan que la verdad siempre encuentra una grieta por donde colarse.
La franqueza y el enojo tienen la misma raíz: ambas exponen lo que realmente pensamos, sentimos y creemos. La única diferencia es el tono en que se dicen. La franqueza es una carta abierta con letra clara y sin adornos; el enojo, una nota incendiaria escrita con urgencia. Sin embargo, ambas contienen la misma esencia: la verdad desnuda, sin maquillaje ni segundas intenciones.
¿Cuántas veces hemos escuchado que los niños siempre dicen la verdad? Esa ingenuidad brutal que incomoda a los adultos es simplemente la manifestación de un cerebro aún no domesticado por las reglas del “qué dirán”. Lo mismo sucede con los etílicos consuetudinarios, esos filósofos de la cantina que, con el punto exacto de alcohol en la sangre, dejan de lado los convencionalismos sociales y sueltan lo que realmente piensan. No siempre con coherencia, pero casi siempre con sinceridad.
Ahora bien, cuando alguien enojado te dice algo, pon atención. Puede que el tono sea agresivo, puede que las palabras sean hirientes, pero detrás de ese estallido emocional hay una verdad que no se atrevería a decir en frío. El enojo es como un hacker emocional que apaga los firewalls de la corrección política y permite que se filtre lo que realmente se piensa. Si alguien te grita que eres un egoísta, es porque en algún momento se sintió relegado por ti. Si te espetan que eres un mediocre, es porque en algún momento creyeron en tu potencial y los decepcionaste. La ira es la franqueza con los frenos rotos.
El problema es que la sociedad nos ha enseñado a ignorar a estos voceros de la verdad. A los francos se les tacha de groseros, a los enojados de irracionales, a los niños de inmaduros y a los borrachos de ridículos. Se nos ha inculcado que las verdades aceptables son las que vienen envueltas en papel celofán y con una sonrisa de cortesía. Pero si nos detuviéramos a escuchar, a analizar y a procesar lo que nos dicen estas cuatro fuentes, podríamos obtener información invaluable sobre cómo nos perciben los demás y cómo realmente impactamos en sus vidas.
La mente humana procesa estas expresiones en un área primitiva del cerebro, donde la censura social aún no llega. Es por eso que lo que se dice en momentos de franqueza o enojo tiene un nivel de autenticidad que difícilmente encontramos en una conversación convencional. Si la verdad fuera un deporte olímpico, estos cuatro grupos serían campeones indiscutibles.
¿Quieres saber qué piensan realmente de ti? Pregúntale a un niño, a un borracho, a un enojado o a alguien que simplemente no tiene filtros. No esperes una respuesta diplomática ni un halago vacío. Probablemente te duela, probablemente te incomode, pero si tienes el coraje de escuchar, podrías encontrar la verdad que nadie más se atreve a decirte.
Así que la próxima vez que alguien te hable con franqueza o con enojo, en lugar de ofenderte o descartarlo como una mera explosión emocional, detente un segundo. Escucha. Reflexiona. Porque ahí, en medio de las palabras que duelen o incomodan, es donde se esconde la verdad más pura.
Imagen tomada de internet solo como ilustración del articulo; todos los derechos son de sus creadores originales.
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