‘El Imán de las Culpas’ ©

Por huggo romerom™

Si hay un personaje imprescindible en cualquier historia, ese es el Imán de las Culpas. No importa el género ni el contexto, siempre está ahí, listo para recibir la acusación que flota en el aire buscando un destino. Porque el culpable nunca es quien realmente la cagó; el culpable es quien mejor se acomode para recibir la culpa.

Es el comodín de la baraja, el receptor universal de la cagada ajena. Cuando no hay más a quién culpar, cuando las excusas se acaban y la responsabilidad pesa demasiado sobre los hombros frágiles de los protagonistas, aparece él. En todas las esferas de la vida social, cultural, económica y política, el Imán de las Culpas es una institución. No es cuestión de estatus ni de nivel socioeconómico, es una estrategia de supervivencia colectiva. Porque, obvio, el verdadero culpable nunca lo es, aunque todo lo señale con neón parpadeante.

Lo curioso de este personaje es que, la mayoría de las veces, sabe perfectamente que ese es su papel. En cualquier relación, ya sea sentimental, de amistad, de negocios, familiar o escolar, en algún momento le tocará ser el chivo expiatorio. Es una certeza matemática. El que se equivocó buscará la forma de quedar exonerado y, por una ley natural inexplicable, el imán estará ahí para absorber toda la radiación de la irresponsabilidad ajena.

Piensa en cualquier situación de la vida. Chocas el coche porque alguien te distrajo. Te fue mal en un examen porque alguien te quitó el tiempo. Fracasaste en un negocio porque le hiciste caso a alguien. La culpa siempre es un boomerang con dirección programada hacia el mismo destinatario.

El Imán de las Culpas también podría ser ese pitcher que entra en el noveno inning con casa llena, sin outs y con el marcador 200-1 en contra. El desastre ya está servido, pero cuando inevitablemente el partido se pierda, a él le asignarán la derrota. “Te lo dejamos ganado”, dirán con su mejor cara de descaro. Porque en el libro de las excusas universales, la responsabilidad siempre es un regalo envenenado que se pasa al primero que no sepa esquivarlo.

Sin embargo, ser Imán de Culpas no es tan malo después de todo. En cierto modo, es un rol noble. Gracias a su sacrificio, muchas personas se salvan del ridículo o de la estupidez de sus decisiones. Hay un tipo de altruismo en cargar con las pifias del mundo. Es mejor un solo culpable designado que una multitud de culpables en fuga. Y al final del día, cuando el Imán llega a su casa, se quita el traje invisible de receptor de desgracias y da gracias a la vida por haber contribuido a que todos los demás sigan creyendo que son infalibles.

Quién sabe qué dirán sus conciencias. O tal vez también sea culpa del Imán que no tengan.

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