Por huggo romerom™

No todos los amores son reales. Algunos nacen en la celda húmeda de una mente que perdió la llave.
Yo la amé. Sin pretexto, sin permiso, sin contacto.
La amé con la furia del que no tiene nada. La amé como el pobre abraza un sueño que sabe imposible, como el preso acaricia la libertad en las paredes rayadas de su celda.
Ella…
ella nunca supo.
¿Y cómo habría de saberlo, si tal vez ni siquiera existe?
No estoy seguro de si caminó sobre esta tierra o si fue solo una invención desesperada, un espejismo perfecto en la frontera entre la razón que me quedaba y la locura que me consume.
Pero la vi. Te juro que la vi.
Era tan real como el hambre, tan etérea como el viento que no entra por la ventana cerrada.
Me sonrió en mis sueños —con esos labios que jamás se abrieron para mí—,
y en su mirada ausente encontré más amor del que cualquier cuerpo me ha dado despierto.
Tal vez ahora duerme en otra cama, ríe con otra voz, se entrega a otras manos.
No importa.
Porque esa no es ella.
La real, la que me importa, la que me robó el alma…
esa se quedó aquí, intacta, dibujada en cada rincón de mi locura.
No puedo odiarla.
¿A quién culpo? ¿A ella por no responder a un llamado que jamás escuchó?
¿A mí por gritar en silencio desde el abismo donde el amor y la imaginación se dan la mano?
No.
La única culpable aquí es esta mente mía, que no entendió que no se puede vivir esperando respuestas de quien ni siquiera sabe que te hicieron una pregunta.
Pero qué más da.
Aquí, donde no hay reglas ni relojes ni hambre ni traiciones,
ella me ama.
Aquí, en este teatro mental donde la vida es un guion que yo escribo cada noche,
ella no se va.
Me escucha, me abraza, me llama por ese nombre que ni yo recuerdo ya.
Aquí, en mi delirio, me dice “te quiero”,
algo que allá, en esa cosa a la que ustedes llaman realidad, jamás pasará.
¿Y qué es la realidad, sino una tiranía absurda de lo tangible?
Yo no tengo nada. Ni su número, ni su voz, ni su piel, ni su historia.
Pero tengo su idea.
Y en este mundo de carencias, una idea puede ser una salvación… o una condena.
¿Y qué si estoy loco?
¡Qué maravilla!
Prefiero mil veces este infierno de ensueños a la miseria concreta de su indiferencia real.
Prefiero seguir construyendo castillos con humo y ternura
que tocar puertas que nadie abrirá.
Porque aquí, en mi mente enferma y libre,
ella me pertenece.
Y no tiene culpa.
Nunca la tuvo.
Fue yo quien eligió esperarla.
Y en esa espera la creé.
Y en esa creación me perdí.
Y está bien.
Porque a veces…
la única forma de amar a alguien
es no tenerlo jamás.

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