Por huggo romerom™

En la lógica las respuestas son binarias simples: Sí o No. Punto. Bye
No sé ustedes, pero yo siempre he seguido la lógica. No por terquedad, sino porque el mundo —o al menos lo que queda de él— se sostiene en esa arquitectura invisible que algunos llaman razón. Quien la ignora, se arriesga a caminar en círculos. Lo crean o no, así funcionan las cosas.
Hace tiempo escribí algo que titulé “La ecuación imperfecta del amor”. Pensé entonces que simplemente era malo para las matemáticas (y lo soy, no lo niego), pero ahora, con los años y algunas heridas, he comprendido que no era un problema de números… sino de expectativas. El error, quizás, fue no aplicar también la lógica al sentimiento. No dejar que la razón hiciera su parte, incluso en lo más sagrado, lo más humano: el amor.
He aprendido que la lógica del amor, cuando uno tiene el valor de aplicarla, es más simple de lo que parece. Si uno despeja la emoción —aunque cueste, aunque duela— y permite al pensamiento actuar con frialdad, las respuestas son binarias: sí o no. Punto. No hay tal vez. No hay “vamos viendo”. Es sí, o es no.
Y uno puede estar deshecho por dentro, empeñado en construir algo donde solo hay ruinas. Uno puede insistir, con la necedad del que ama de verdad, en mantener una relación que ya no existe más que en la propia mente. Uno puede hablar solo, escribir mensajes que no se responden, inventar excusas para justificar silencios ajenos… pero, al final, lo cierto es que si no te buscan, si no te hablan, si no te piensan… no están.
Y ellos —o ella, o quien sea— no tienen culpa de no sentir lo que tú sientes. No es su error no amarte. Solo siguen su propia lógica, que no es la tuya.
Entonces, uno se mira al espejo y se duele de verse tan patético, tan torpemente noble. Porque ha intentado hasta lo imposible por permanecer en la vida de alguien que, con una elegancia casi cruel, te deja fuera. No hay grosería, no hay desprecio explícito: solo hay sutileza. Una sutileza afilada como vidrio.
Es entonces, cuando el silencio se alarga sin razón ni explicación, que uno entiende: ha llegado el momento de marcharse. Irse a rumiar el dolor en algún rincón donde no haga eco. Y sí, lo acepto: a esta edad, la retirada ya no es cobardía. Es dignidad.
Así que vuelvo a lo único que nunca me falla: estudiar, trabajar, estar solo. La fórmula que nunca miente. La que no rompe el corazón.
Siempre hablo en primera persona, no por egolatría, sino por respeto a los demás. Pero a veces me cuesta entender cómo se elige la comodidad del interés financiero sobre la posibilidad de amar libremente. Supongo que esa visión mía de la libertad —la verdadera, no la subsidiada— me deja fuera de ciertos mundos. Mundos donde la lógica ya no tiene cabida, donde lo que cuenta es lo que paga.
Y lo respeto, aunque no lo comparta.
Tal vez por eso me quedo solo. Tal vez por eso la lógica me acompaña como única amante fiel.
Y por eso hoy, también en nombre de esa lógica, me retiro.
Gracias.
Y adiós.
Feliz, Tranquilo, solitario y pacifico (al menos yo) juevebes santo, viernes de resaca y sábado de reflexión.
Jaque mate.

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