
El presidente que publicó esta “reforma” (o cualquier otro iluminado del poder) tiene derecho a ser un ignorante con credenciales, un patán con fuero y un opinólogo de lo que no entiende (hic, hic).
Allá por el lejano 2011, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos sufrió una cirugía mayor: la incorporación y fortalecimiento de los derechos humanos. Una reforma histórica, decían. Un gran avance para la dignidad humana, gritaban. Y sí, claro, desde la óptica de la teoría jurídica, aquello era un hito. Pero como en México todo se tropicaliza y se convierte en un meme legal, los derechos humanos terminaron por ser el blindaje perfecto para la ignorancia ilustrada.
Gracias a esa magnífica reforma, cualquier personaje con un poco de saliva y un celular puede gritar que tiene derecho a pensar diferente. Puede creer que tiene la razón aunque los hechos, la lógica y la simple decencia intelectual indiquen lo contrario. Puede, incluso, ejercer con total impunidad el derecho a la pendecuaridad suprema.
El presidente que publicó esta reforma (o cualquier otro iluminado del poder) tiene derecho a ser un ignorante con credenciales, un patán con fuero y un opinólogo de lo que no entiende. Puede pontificar sobre ciencia sin haber leído un párrafo, hablar de economía sin haber pasado por la secundaria y opinar sobre historia con la confianza de quien no distingue la Revolución Mexicana de la última novela de Televisa. Porque sí, el derecho humano a la libre expresión no discrimina entre sabios y zopencos, y en esa generosidad democrática es donde se nos fue la mano. Incluso se extiende todos los días en los ‘iluminados pseudoperiodistas mentecatos’ que exhiben su estupidez en las mañaneras hablando de nada y creyendo que son eruditos.
Más allá de los derechos individuales, esta reforma nos dejó un legado aún más trascendental: la institucionalización del delirio de grandeza intelectual. Ahora cualquiera puede pensar que sabe lo que no sabe, que tiene la capacidad de razonar cuando apenas junta dos ideas con engrudo mental, que es un crítico social cuando apenas y repite frases de un canal de YouTube. ¡Benditos derechos humanos! Ahora hasta las piedras, las heces y los que firmaron esta reforma tienen el carácter de pensantes.
Y ni hablar de los derechos extendidos a criminales y delincuentes. Porque sí, en el afán de ser progresistas y civilizados, ahora un asesino puede exigir garantías, mientras sus víctimas sólo reciben condolencias. Porque en el México de la igualdad mal entendida, proteger al ciudadano decente es menos importante que garantizar la comodidad del que lo lastima.
Los derechos humanos, en su esencia, son el pilar de cualquier sociedad moderna. Pero en su aplicación desbordada y sin sentido crítico, terminan siendo la mejor coartada para que la mediocridad y la estupidez se disfracen de virtud. Así que sí, el presidente y su séquito tienen derecho a la ignorancia, al patanismo y a la verborrea sin sustento. Pero nosotros tenemos derecho a no tomárnoslos en serio. Y, sobre todo, a recordarle a la historia quiénes fueron los grandes arquitectos de este circo constitucional.
Por eso en nombre de los Derechos Humanos, respetemos el derecho de los disidentes en cualquier tema de conversación a creer que tienen la razón, es mejor que exista un sobrio y no 20 borrachos, ah caray tal vez esta reforma fue hecha al calor de los elixires etílicos…es muy probable fue en 2011…
Estos Derechos humanos empoderan hasta Influencers, e influyentes que distan mucho de ser inteligentes aunque empiecen con la misma letra.
Artículo no apto para fenilcetonúricos; etílicos consuetudinarios sindicalizados; miembros de algún partido político (aún sea de los que huelen a muerto o el nuevo PRIMOR); seres de otro mundo que se creen gobernadores porque les cayó por gravedad, y como cree que gravedad es tener el estado tan grave que agoniza, todos los días lo acerca más al fin; personas que se casarón con una idea en 2018 y quieren tratar de imponer ese pensamiento; etc., etc.

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