Monumento a la Corrupción: Un Edificio de Injusticia ®

En el corazón de la ciudad, donde el bullicio del tráfico y el murmullo de las multitudes se entrelazan, se erige un monumento peculiar. No es una estatua de bronce ni un obelisco de mármol. Este es el Monumento a la Corrupción, un edificio de cristal y concreto, brillante y majestuoso por fuera, pero podrido hasta sus cimientos.

Las puertas de entrada, robustas y ostentosas, cuentan la historia de aquellos que las atravesaron. Jueces y magistrados, abogados y funcionarios, todos con trajes impecables y sonrisas de complacencia. Al cruzar el umbral, sus miradas cómplices se encuentran en el aire espeso de secretos compartidos y favores intercambiados. En este lugar, la justicia no es ciega, sino que mira con un ojo guiñado y una mano extendida.

En el vestíbulo, una gran escultura de balanza recibe a los visitantes, pero en lugar de ser equilibrada, está inclinada descaradamente hacia un lado, pesada con las monedas de los sobornos. Aquí, la verdad y la equidad son mercancías, y el precio es negociable.

Las escaleras, gastadas por el paso de tantos pies, llevan a las salas de audiencia, donde las decisiones se dictan no por la ley, sino por la conveniencia. En estos recintos, la justicia se disfraza de legalidad. Las palabras enrevesadas y los tecnicismos legales se convierten en una danza de distracción, mientras la corrupción teje su red invisible, enredando a los inocentes y liberando a los culpables.

Cada oficina, cada despacho, es un microcosmos de este sistema corrupto. Los archivos guardan secretos oscuros, expedientes manipulados, evidencias desaparecidas. Las paredes susurran las confesiones de aquellos que se doblegaron ante la presión, las amenazas o la tentación del dinero fácil. Aquí, la integridad es una reliquia olvidada, reemplazada por la codicia y el poder.

En la cúspide del edificio, los más poderosos contemplan la ciudad. Desde sus oficinas, ven un panorama de injusticia que ellos mismos han moldeado. Sus decisiones repercuten en las vidas de miles, pero ellos solo ven cifras y estadísticas, ganancias y pérdidas. El sufrimiento humano es un eco distante, ahogado por el tintineo de sus ganancias ilícitas.

Sin embargo, en las sombras de este imponente monumento, hay quienes resisten. Abogados honestos, jueces incorruptibles, ciudadanos valientes que se atreven a desafiar al sistema. Sus voces son un susurro en el viento, pero poco a poco, susurro a susurro, se convierten en un grito de justicia.

El Monumento a la Corrupción puede parecer invulnerable, pero sus cimientos están corroídos por la deshonestidad. Y algún día, con la persistencia de aquellos que luchan por un mundo mejor, este edificio colapsará, derrumbado por el peso de su propia inmoralidad.

Así, entre los escombros, nacerá la esperanza de una nueva edificación. Una construcción basada en la transparencia, la justicia y la igualdad. Un verdadero monumento a la humanidad, donde la corrupción no tenga lugar y donde la justicia, por fin, sea verdaderamente ciega.

‘Para que la ley cumpla con su función debe contener en su aplicación el 95% de justicia al menos’ ®     huggo romerom™

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