Por huggo romerom™

En esta historia cualquiera puede ser el protagonista porque la importante es ‘La Diva’ no ‘El Pelangoche’. Y es que es un ‘Pelangoche’ solo a los ojos de ‘La Diva’ porque visto bajo otra lupa, bajo otro cristal, bajo otros criterios, no es así. ‘La Diva’ se deslumbra por el brillo del oro poco o mucho, o brillo engañoso. A ‘La Diva’ no le interesa si ese brillo es ignorante, haya hecho ese brillo de manera honesta y por su inteligencia o con robo, transa y estafa, lo importante es que brille, ‘El Pelangoche’ puede ser inteligente en muchos sentidos y solucionar miles de asuntos pero no brilla, al menos como ‘La Diva’ entiende ese brillo, ¿y que pasa? llegan ‘las plebeyas’ ‘las pelangochas’ esas que aparte de identificarse con la solución real de problemas arrancan suspiros igual que ‘Las Divas’, como dice una frase “que no es lo mismo, pero es igual” y ‘El pelangoche, sigue siendo Pelangoche, pero con Plebeyas y Pelangochas es decir encuentra un entorno en el que se siente a gusto y plenitud. Como que la figura de ‘La Diva’ pasa a ser sagrada y la pone en un altar porque no es digno ni de mirarla, el pertenece al aquelarre, al dispendio, a la exuberancia, al exceso todo eso que ‘La Diva’ solo concibe si existe el brillo. Esta es una historia tipo La Dama y El Vagabundo, solo que con final diferente, ‘La Diva Rodeada de Brillo, y ‘El Pelangoche’ rodeado de ‘plebeyas y pelangochas’ cada quien lo que merece por méritos en campaña.
Al final, lo que grita esta historia no es si “La Diva” o “El Pelangoche” tienen razón, sino que el brillo es un espejismo y el desmadre también es una forma de altar. “La Diva” vive colgada del oropel, esclava del destello que le quema los ojos y le adormece el juicio, como polilla que se revuelca contra la lámpara aunque termine chamuscada. “El Pelangoche”, en cambio, carga con el estigma de no brillar como ella lo exige, pero su oscuridad también es luz para las “plebeyas y pelangochas”, que no buscan oro sino la alquimia del sudor, de la risa rota y de la realidad sin filtros.
Lo brutal aquí es que cada uno camina en paralelo, condenados a no cruzarse nunca: ella adorando dioses de neón, él bailando entre demonios de barrio. “La Dama y el Vagabundo” en versión decadente, donde la ternura fue cambiada por jerarquías y etiquetas, por la obsesión de pertenecer a un Olimpo que se mide en quilates. El mensaje es simple y cruel: la vida reparte altares y sótanos según el valor que cada quien le da a su propio reflejo. Y en esa lotería, “La Diva” se queda con el brillo comprado, mientras “El Pelangoche” encuentra su gloria en la periferia, donde la autenticidad pesa más que el oro.
La metáfora final: no hay perdedores, solo destinos distintos. Uno elige ser estatua bañada en dorado falso, otro elige ser carne y hueso entre la manada. Cada quien carga su luz, aunque sea distinta, aunque no deslumbre igual.
Moraleja:
Al final, el oro deslumbra pero no calienta; las divas se mueren de frío en sus altares, y los pelangoches, aunque sin brillo, arden vivos en la hoguera de su gente, de sus excesos, de sus placeres, de sus ideas, de sus ilusiones…
Ya no sé si aquí aplica el Jaque Mate o para quien es…
Imagen utilizada únicamente para ejemplificar a la única Diva que ha existido, todos los derechos son de su creador original.

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