La casi invisible línea entre la Dignidad y la Soberbia ©

Por huggo romerom™

I made myself a promise…

Vivimos en una época extraña. Un tiempo donde el que se arrastra es humilde y el que camina erguido es tachado de soberbio. Donde el que pide perdón hasta por existir es un “gran ser humano” y el que se atreve a decir “yo valgo” es un maldito engreído. ¿En qué momento confundimos la dignidad con la soberbia? ¿Cuándo la autoestima se volvió un pecado social?

Te lo diré sin anestesia: cuando dejas de lamer suelas y decides no aceptar migajas emocionales, laborales o espirituales, la gente que antes te dominaba con culpas empieza a sentirse amenazada. Ya no controlan. Ya no decides desde la necesidad. Y eso los aterra.

Recuperar la dignidad es como renacer con cicatrices. No eres el mismo. Ahora sabes cuánto te rebajaste por un “te quiero”, por un contrato basura, por un lugar en una mesa que nunca te quiso sentado. Y cuando te levantas —no como víctima sino como alguien que ya no acepta farsas— el mundo que te prefería arrodillado te acusa de soberbia. Porque les jode. Porque les quitas el privilegio de pisarte.

Pero no, maldita sea, no es soberbia.
Es la santa y maldita dignidad recuperada.

Dignidad no es gritar “soy mejor que tú”. Es susurrarte al espejo “ya no me trato como basura”. Es ponerte límites. Es dejar de mendigar amor donde no hay ni afecto. Es renunciar al puto síndrome del salvador, del mártir, del que todo lo aguanta para no incomodar.

La dignidad no es moda, es revolución personal.

Soberbio es quien se cree más que todos.
Digno es quien se cree igual que todos, y actúa en consecuencia.
Y eso duele, porque la mayoría de la gente no quiere iguales, quiere subordinados emocionales, dependientes agradecidos, fieles leales que aplaudan sin cuestionar.

¿Quieres saber por qué te llaman soberbio?
Porque ahora dices que no sin culpa, porque te vas cuando ya no hay respeto, porque no das explicaciones donde no las merecen, porque aprendiste a valorarte sin que nadie te aplauda.
Y eso, amigo, eso es un acto violento en un mundo que se alimenta de gente rota.

La dignidad no es un lujo.
Es una maldita urgencia.
Es rescatarte de ti mismo, de tus versiones arrastradas, de los días en que tu silencio fue cómplice de tu maltrato.

Así que la próxima vez que te digan soberbio, sonríe con ironía.
Estás sanando. Estás despertando. Estás, por fin, de pie.

Y eso, hermano, eso es poder.

Jaque Mate  

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