Entre Dios, la tribuna y el Estado laico

Por: Eleazar Fuentes Gutiérrez

Hace unas semanas, en el Senado, vimos cómo una legisladora nombró a Dios y fue reprimida por el presidente de la Cámara, el senador Gerardo Fernández Noroña. Su argumento fue que vivimos en un Estado laico. Pero conviene remontarnos a la historia para entender de dónde viene ese Estado laico al que hace referencia el legislador.

Cuando México alcanzó su independencia, gran parte de sus cimientos políticos y sociales estaban ligados a la Iglesia católica. Personajes como Morelos no permitían otra religión que no fuera la católica, y la Iglesia controlaba una porción considerable de la economía y de sectores clave de la sociedad.

No fue sino hasta las Reformas del presidente Benito Juárez que se proclamó el Estado laico, es decir, la separación entre el gobierno y la Iglesia: que lo religioso o lo divino no interfiriera en las decisiones públicas. Aquellas leyes abrieron a la nación la libertad de culto y garantizaron que cada persona pudiera vivir su fe sin ser adoctrinada por el Estado. En 1857, la Constitución consolidó estas ideas y, posteriormente, en 1917, se reforzó aún más la independencia del gobierno frente a la Iglesia, prohibiendo que ministros religiosos pudieran ocupar cargos de elección popular. De ahí surge la base del Estado laico.

La pregunta es inevitable: ¿está mal nombrar a Dios en tribuna? Para los creyentes, como yo y como la mayoría de los mexicanos, sabemos que “para Él y por Él son todas las cosas”. Vivimos en un Estado laico, sí, pero ese mismo Estado protege la libertad de creencias y evita que el gobierno adoctrine.
Lo interesante es que, en la práctica, a muchos miembros de la 4T no les molesta hablar de lo espiritual siempre y cuando no sea cristianismo.

Hemos visto cómo se invocan dioses aztecas, cómo se realizan “limpias” espirituales o se acude a chamanes en ceremonias oficiales. Eso sí es bien visto porque se hace bajo la bandera de lo indígena. Pero cuando se menciona a Cristo, entonces aparece el discurso del Estado laico. La incoherencia es evidente: el Estado parece ser laico solo cuando se trata del cristianismo, pero no cuando se recurre a rituales, brujerías o cultos indígenas.

¿Qué debemos hacer los creyentes en Cristo Jesús? ¿Callar cuando nuestros políticos invocan chamanes y dioses indígenas, pero aceptar que se critique cuando alguien pronuncia el nombre de Dios Padre? Estoy seguro de que si fuera al revés, las críticas lloverían.

Lo que preocupa no es la fe personal de cada político, sino la doble moral que se exhibe en el poder. Porque mientras se critican unas creencias y se aplauden otras, el futuro de nuestro país queda en manos de quienes instrumentalizan la espiritualidad según su conveniencia.

Que Dios bendiga a nuestros gobernantes, y bendiga también al pueblo de México. Y que el Estado laico se cumpla de verdad: no como herramienta de censura, sino como garantía de libertad para todos.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *