Por huggo romerom™

No es fácil encontrar el momento exacto en el que uno se convence de que está en el camino correcto. Pero hay señales. Señales que se sienten más que se entienden, que aparecen cuando las ideas fluyen sin esfuerzo y el razonamiento se vuelve una extensión del alma. Así me siento con el Derecho. No como un campo de estudio, sino como un lenguaje con el que mi mente ya hablaba desde antes de conocerlo.
Estudiar Derecho no fue una casualidad ni una huida, fue un llamado que tardé en descifrar. Pero ahora que lo escucho con claridad, comprendo que cada silogismo legal, cada principio normativo, cada debate entre el ser y el deber ser, resuena en mi lógica natural. Como si la estructura jurídica del mundo hubiera estado aguardando el momento en que yo decidiera abrirle la puerta de mi pensamiento.
El Derecho no es simplemente un conjunto de normas. Es, en su fondo más puro, una forma de interpretar la realidad y darle sentido a lo humano. Y allí es donde me encontré: entre los textos de Kelsen (Pirámide Jurídica) y Dworkin (sistema interpretativo basado en principios y valores morales), entre los dilemas de Rawls (los derechos humanos son “una clase especial de derechos urgentes”) y los silencios de Ferrajoli (teoría del garantismo y su enfoque en los derechos fundamentales), comprendí que hay algo más profundo que la ley positiva: el hambre de justicia.
Porque no basta con conocer la ley. De hecho, cumplirla sin cuestionarla puede ser, muchas veces, un acto de cobardía moral. La justicia no siempre está escrita, y el Derecho no siempre acierta. Ahí comienza el verdadero reto: pensar desde dentro del sistema, pero actuar con la convicción de que todo puede transformarse.
Lo establecido no es eterno. Toda doctrina fue, en su momento, una ruptura. Todo paradigma que hoy defendemos fue alguna vez una herejía jurídica. Por eso, no temo pensar distinto. Tal vez no sea un abogado convencional. Tal vez mis ideas incomoden, mis preguntas irriten y mis propuestas desafíen lo que otros consideran incuestionable. Pero si la historia del Derecho ha probado algo, es que todo puede —y debe— repensarse.
Innovar no es negar el pasado, sino mejorarlo. El Derecho que quiero ejercer no es el que solo impone sanciones, sino el que repara, construye y acompaña. No me interesa repetir discursos vacíos ni seguir ritos caducos. Me interesa encarnar el Derecho como una fuerza viva, capaz de adaptarse a las nuevas realidades sin perder su esencia: la búsqueda incansable de la justicia.
Y si esa justicia requiere de nuevas formas, de nuevas palabras, de nuevos caminos, entonces los encontraré. Porque ya entendí que esto no es solo lo que quiero hacer. Es lo que tengo que hacer.
Hoy sé que el Derecho no solo se estudia con la mente; se vive con todo el cuerpo. Con la razón, con la intuición, con la ética y hasta con el coraje de enfrentarse a lo establecido. Porque si el Derecho piensa como yo, entonces hay una posibilidad real de que, en algún momento, juntos podamos cambiar el mundo.
Cajón de Sastre;
Se ha puesto de moda “los pinchazos” en el metro, las personas ya no me preguntan que pienso, en el fondo tal vez piensen igual pero no lo dicen por temor a ser tildados de extremistas o psicópatas, para mí es muy sencillo hay que exterminar a esos delincuentes “dispararles a quemarropa”, si es preciso en la cabeza para ser exactos, (justicia inmediata legal, real y expedita) simplemente están buscando eso y es lo que pueden encontrar en caso de que la iniciativa de la ‘La ley del Exterminio Legal’© sea aprobada.
‘A veces la injusticia no da alternativa a la interpretación de una norma, y solo queda exterminar esa injusticia’ © huggo romerom™
Jaque Mate

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