“Elegía al Césped y Otros Demonios Verdes” ©(o mi sueño eterno…)

Por  huggo romerom™

Amanecía con el aroma inconfundible del deber postergado: el césped había crecido con la insolencia de un adolescente que no reconoce jerarquías ni entiende de estética. Me armé de valor, café en mano, y salí al encuentro del enemigo. No con espada, ni con guadaña, sino con una reluciente podadora de procedencia indescifrable, fabricada en los sótanos sagrados del imperio de la eficiencia desechable: China, vía Amazon.

Flamante en su novedad, pero con alma de traidora, la máquina apenas había empezado a cantar su canto mecánico cuando una de sus ruedas —quizá sintiéndose extranjera, incomprendida, o simplemente deprimida— se desprendió sin aviso, rodando hacia el olvido con la resignación de quien sabe que su destino era fallar.

Imaginadme entonces: inclinado, sudoroso, ajustando con la fe del desesperado una podadora tullida que se negaba a avanzar recta. Improvisé un calce con una piedra, un taco de madera, una promesa, qué sé yo. Nada funcionó del todo. La faena continuó, torcida y obstinada, como la vida misma.

Pero el infierno verde no termina ahí. Llegado el momento de enfrentar los bordes del césped —esas franjas liminales donde el caos y la civilización se besan con lengua— me enfrenté a una nueva calamidad: las tijeras de jardinería habían desaparecido, su paradero tan esquivo como la paz mundial. En su lugar, hallé unas tijeras escolares, de esas que en otra vida cortaron papel construcción con resignación.

Con esas armas infantiles y romas, me dispuse a delinear los contornos de la maleza como quien intenta tallar mármol con una cuchara. Sentado en cuclillas, retorcido como un bonsái humano, fui tijereteando milímetro a milímetro hasta que la carne, harta de mi voluntarismo, decidió protestar. Una ampolla emergió en mi dedo como flor en primavera: inflamada, ardiente, burlesca.

Terminé la jornada maltrecho, medio jardinero y medio mártir suburbano. El pasto, eso sí, quedó digno de postal. Pero que no se diga que fue gracias a la tecnología moderna ni al ingenio oriental. Fue, más bien, el resultado de una batalla íntima, absurda y gloriosa, entre un hombre, una podadora asiática de dudosa lealtad, unas tijeras inútiles y un césped que, como la vida, siempre vuelve a crecer.

 ‘Ojala yo hubiera estado ahí contigo’ Jenny; ‘Estabas’ Forrest Gump;

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Jaque Mate.

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