Apuntes desde el suelo
Dr. Lenin Torres Antonio
En Tótem y Tabú, Sigmund Freud analiza la génesis de la religión a través del totemismo. El “tótem”, como símbolo ambivalente, representa simultáneamente un objeto temido y deseado, una figura de precaución y un espíritu protector. Aunque pueda tratarse de un ser animado o inanimado —animal, planta, piedra—, el ser humano le atribuye propiedades simbólicas que inciden profundamente en su vida emocional, social y cultural.
La Cuarta Transformación (4T) posee un carácter totémico. Más allá de su significado político, el término genera confusión, evasivas y generalidades. Se le han atribuido connotaciones dogmáticas, muchas veces ligadas a traumas sociales como la injusticia, la miseria, el engaño y la orfandad histórica del pueblo mexicano. La 4T, en este sentido, se ha convertido en un símbolo de esperanza, pero también en un campo de disputa simbólica y política.
Este concepto, aún en construcción, debe entenderse en el contexto de las tres grandes rupturas históricas que ha vivido México, y que la 4T aspira a continuar:
La Independencia, que marcó el inicio de la soberanía nacional frente a la corona española. La proclamación de Hidalgo permitió que criollos, indígenas y mestizos se identificaran con un territorio común, con sus costumbres, mitos y naturaleza. El término “mexicano” emergió como símbolo de una nueva identidad cultural.
La Reforma, encabezada por Benito Juárez, consolidó el Estado laico y puso fin a la dictadura de Santa Anna. Esta etapa representó un avance hacia la modernidad republicana y la separación entre Iglesia y Estado.
La Revolución de 1910, que derrocó al régimen porfirista y adoptó los ideales de la Ilustración. Con Madero se instauró una incipiente democracia, aunque pronto fue traicionada por Victoriano Huerta. El caos posrevolucionario fue contenido por Plutarco Elías Calles, quien organizó el poder político bajo un sistema de partido único —PNR, PRM, PRI— que derivó en lo que Mario Vargas Llosa denominó “la dictadura perfecta”.
Durante más de ocho décadas, México vivió una simulación democrática. La alternancia con el PAN no significó una ruptura real, sino una continuidad del mismo sistema político y económico, con sus prácticas clientelares, corrupción estructural y exclusión social.
La llegada de Andrés Manuel López Obrador en 2018, tras una victoria electoral contundente, representó la primera ruptura pacífica en la historia moderna del país. Ni el poder económico ni el mediático pudieron impedir su ascenso, como sí lo hicieron en 2006 y 2012. El pueblo mexicano ratificó el obradorismo y la 4T en 2024 con el histórico triunfo de la primera mujer en llegar a la presidencia de México: la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo.
El movimiento obradorista respondió a la demanda de justicia social de millones de excluidos por las políticas neoliberales de los regímenes priistas y panistas. Sus gobiernos han priorizado a los pobres y marginados, rompiendo con la tradición de beneficiar a una élite económica que históricamente había salido indemne de las transformaciones nacionales.
Tanto el expresidente López Obrador como la actual presidenta Sheinbaum han tenido que equilibrar las exigencias del mercado global con la necesidad de redistribuir la riqueza. Ambos han enfrentado una intensa campaña mediática en su contra, impulsada por sectores que buscan recuperar el poder perdido y responder a intereses extranjeros, incluyendo a una minúscula élite económica que concentra más del 50% del PIB nacional y a poderosos consorcios mediáticos.
Nunca antes un gobierno federal había sido tan fiscalizado, ni un presidente tan vilipendiado como López Obrador, ni una presidenta tan subestimada como Claudia Sheinbaum. A pesar de la falta de apoyo opositor en temas clave como la violencia, la pobreza y la marginación, y de enfrentar una pandemia global y una guerra en Europa, los gobiernos obradoristas han logrado sortear las crisis mediante una administración austera, transparente y eficiente. Hoy, el gobierno de la presidenta Sheinbaum ha puesto en alto el nombre de México en el escenario internacional.
Sin embargo, la salida de López Obrador del gobierno representa el mayor reto para la viabilidad de la 4T como una transformación estructural. A pesar del esfuerzo titánico de la presidenta Sheinbaum por mantener el rumbo del movimiento, su tarea se ve obstaculizada por una estructura dirigencial que no está a la altura de las exigencias éticas y políticas del momento. La falta de coherencia democrática, de austeridad republicana y de una cultura política crítica dentro del propio movimiento amenaza con desdibujar los logros alcanzados.
El principal desafío del obradorismo radica en desplazar a la vieja clase política —principalmente la priista que se infiltró desde el inicio— que contamina su fortaleza moral. Es urgente dar paso a una nueva generación de liderazgos que encarne los principios fundamentales del movimiento: no mentir, no robar y no traicionar al pueblo. Además, se requiere avanzar hacia una democratización económica real, que redistribuya de manera justa y equitativa las riquezas que produce México.
Sin estas condiciones, la 4T corre el riesgo de convertirse en una simple marca política, utilizada para mantener en el poder a una clase que reproduce los vicios del pasado. En ese escenario, la única vía para una ruptura histórica auténtica podría ser, lamentablemente, una revuelta social.
Julio de 2025
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