Eleazar Fuentes Gutiérrez
Como estudiante de Ciencia Política y fiel creyente en Dios, me he decidido a hablar, y más que nada a analizar, un tema de política internacional, geopolítico, económico, social y, sin dudarlo, bíblico y religioso. Estos textos no son para hablarles de qué postura es la correcta, ni de religión o de creencias. Esta columna es más informativa, sobre lo que está pasando en Medio Oriente en materia política, y cómo toda esta guerra trae un contexto político, histórico y religioso; de cómo los líderes o gobernantes de dichas tierras usan la religión o a Dios para justificar muchos actos que cometen a causa del conflicto o guerra en Medio Oriente.
Cada misil que cae no solo destruye casas; rompe familias, interrumpe juegos, apaga risas. Y cada persona que muere –sea israelí, palestina o árabe– es una vida con nombre, con sueños, con alguien que la espera en casa. Pero en esta guerra, esas vidas parecen pesar menos que una bandera o una frontera.
Israel, Palestina, Irán… todos gritan tener la razón. Pero, ¿y la gente? ¿Dónde queda la vida? ¿Quién levanta la voz por los niños que no entienden de geopolítica ni de religión, pero igual mueren?
Este no es un conflicto que empezó ayer. Para entenderlo hay que mirar hacia atrás. No años, sino siglos. Aquí hay promesas antiguas y demasiada historia viva. En 1947, la ONU propuso dividir la tierra que por siglos fue Palestina. Un Estado para los judíos, otro para los árabes. Israel nació en 1948. Palestina, no. Y desde ahí, la historia se quebró: mientras un pueblo celebraba volver a tener un hogar después del Holocausto, otro lo perdía todo sin entender por qué. A eso, los palestinos le dicen Nakba: la catástrofe.
Lo más triste o malo, por así decirlo, es cómo otros países extranjeros aprovechan las guerras o las muertes que ocasionan para pelear por sus intereses políticos y económicos. Usan esos países para que entren en guerra por ellos, y los muertos no los ponen sus tierras, sino los pueblos de Medio Oriente. De hecho, para mí, ahí está una gran parte del problema: los intereses extranjeros metidos en guerras ajenas, que los hacen pelear. Pondré un ejemplo: es como si tú no te quieres pelear o mancharte de sangre, y usas a otras personas que ya traen pleito para que lo hagan por ti, y así tú no te ensucias. Pero sí tienes intereses involucrados ahí.
Pero entonces, ¿quién tiene la razón?
Israel, que quiere proteger a su pueblo, claro que tiene razones.
Palestina, sin tierra por décadas y que ha sufrido humillaciones, también.
E incluso Irán, cuando denuncia el doble discurso internacional, toca una verdad.
Y razones o excusas para hacer guerra siempre habrá. Pero hay algo que no se puede justificar: matar en nombre de Dios, ocupar en nombre de la seguridad, o quedarse callado mientras los niños mueren.
Porque este conflicto no es solo por tierra. Es por identidad, por memoria, por traumas heredados. Y también por los intereses de países extranjeros detrás de todo esto. Y sí, también por religión. Pero no una religión que une, sino una que ha sido usada para dividir, para justificar el odio, para matar en nombre de lo sagrado.
Hoy la humanidad no está enfrentada. Está desapareciendo.
Y no se trata de tomar partido, sino de dejar de normalizar la muerte. De no aceptar más la historia de buenos contra malos. Porque en esta guerra, como en todas, no hay héroes. Solo hay víctimas.
Y mientras los gobiernos negocian, las fronteras se disputan y los misiles siguen cayendo, los niños siguen muriendo.
Niños que no saben qué es Israel ni qué es Palestina. Pero que, sin deber nada, lo pierden todo.
¿De qué lado está la razón… cuando ya nadie recuerda lo que era vivir en paz?
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