“La Verdad No Te Hará Influencer (pero te hará libre… o indigente)”©

Por Huggo Romerom™

Decir la verdad en redes sociales es como gritarle a un espejo que no te gusta lo que refleja: incómodo, innecesario y, sobre todo, castigado por el algoritmo. Porque acá entre nos, si vienes a decirle la neta a la gente, mejor vete preparando para tener cinco likes: tu mamá, tú ex con curiosidad, tu amigo borracho, tu perfil falso y un bot ruso que se equivocó.

En el mundo digital, la verdad no vende. Lo que vende es el filtro, la pose, el disfraz emocional. Nos hemos vuelto expertos en construir una realidad paralela, donde todos son felices, todos están buenos, y todos viven de su “marca personal”, aunque en la vida real vivan con su abuela y deban seis meses de renta.

¿Quieres likes? Miente. ¿Quieres seguidores? Edítate. ¿Quieres que te patrocinen? No digas nada incómodo. Porque si de verdad le dices a la banda que no es tan bonita como cree, que no todos los cuerpos son “aceptables” por más que TikTok lo diga, o que la mayoría de sus ideas filosóficas son citas de Paulo Coelho mal traducidas… olvídate del swipe up. Te cancelan más rápido que un OnlyFans sin nudes.

El derecho a la mentira pública

Desde el enfoque jurídico, las redes son un mercado de libre mentira. No hay sanción por ponerle seis filtros a tu cara o por tomarte una selfie en un coche que no es tuyo. ¿Fraude? No. ¿Engaño? Sí. Pero el delito solo existe si hay víctima, y en las redes todos son cómplices.

Vivimos en un narcisismo digital colectivo: cada quien postea lo que quiere que el mundo vea y nadie quiere ver lo que realmente es. La verdad, esa vieja rancia, sin maquillaje, sin luces LED, sin frases aspiracionales de fondo… esa verdad, incomoda. Y el que incomoda, no influye. Porque aquí no se viene a cuestionar, se viene a simular.

Filosofía de la selfie: “Soy, luego me filtro”

Descartes estaría avergonzado. Su “pienso, luego existo” fue sustituido por “me público, luego importo”. Nadie se mira al espejo sin pensar en cómo se verá en Instagram. Nadie cena sin tomarle foto al plato. Nadie se acepta sin aprobación externa.

La selfie se convirtió en el nuevo juicio de valor. No importa si eres inteligente, creativo o ético. Si no tienes un feed curado, eres invisible. La filosofía pasó de ser una búsqueda del ser, a una estrategia de contenido. Y lo peor: la verdad no tiene cabida en ese universo.

La dictadura del like

El like se volvió ley. Y en esta dictadura emocional, decir la verdad es un acto de sedición. Porque la verdad expone. Y a la gente no le gusta verse vulnerable. Prefieren vivir en su burbuja artificial donde son bellos, exitosos, deseados. Aunque no tengan con quién cenar un viernes o lloren en silencio por las noches.

La verdad no empodera, al contrario: desarma. Porque en el fondo, todos sabemos que nos gusta la mentira si es bonita, si nos hace sentir mejor, si nos da el placebo de pertenecer.


Conclusión sin maquillaje

No, decir la verdad no te hará influencer. Te hará impopular. Te hará incómodo. Pero también te hará libre. Y eso vale más que un millón de seguidores de cartón.

Así que si vas a hablar, háblales con el bisturí. Si vas a postear, postea lo que incomode. Si vas a influenciar, influencia con verdad, aunque no te sigan. Porque en este mundo de filtros, ser real es el último acto de rebeldía.

Jaque Mate

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