Por cpa.huggo romero mora™

‘Gourmet Fiscal’ ®
Durante años —particularmente antes de la reforma fiscal de 2014 que generalizó obligaciones como la factura electrónica y el registro digital de operaciones— el IVA fue tratado como si se tratara de un mineral precioso: codiciado, negociado y manipulado. En aquel entonces, la falta de controles tecnológicos y la enorme discrecionalidad administrativa permitieron que el Impuesto al Valor Agregado se convirtiera en el “oro tributario” que todos querían obtener de una u otra forma.
Había una frase que se repetía en el ámbito fiscal: “la evasión es el deporte nacional”. No era exageración. Existían contribuyentes cuya actividad económica era apenas decorativa; su verdadero modus vivendi consistía en obtener devoluciones de IVA, muchas veces sustentadas en operaciones inexistentes. La autoridad fiscal, con herramientas limitadas, difícilmente lograba distinguir entre una operación real y una simulada. El terreno era fértil para que surgieran empresas fantasmas, operaciones circulares y un mercado negro de comprobantes que funcionaba con una eficiencia empresarial impecable… aunque ilegal.
El papel de los contadores y la ingeniería fiscal del viejo régimen
Los contadores —no todos, pero sí muchos— incorporaron a su catálogo de servicios la llamada “planeación fiscal agresiva”, que en la práctica significaba la compra de facturas para generar IVA acreditable. Este mecanismo era vendido al contribuyente como una estrategia perfectamente válida, cuando en realidad constituía un fraude al fisco: operaciones inexistentes, contratos simulados, proveedores que jamás entregaban bienes ni prestaban servicios.
Era el paraíso del acreditamiento ficticio: mientras hubiera una factura (aunque fuera apócrifa), el contribuyente exigía su “oro tributario”.
Y durante décadas funcionó.
El error conceptual: el IVA no es del contribuyente
Pocos parecen entender una verdad jurídica fundamental:
EL IVA no pertenece al contribuyente.
El IVA es un impuesto estatal por excelencia, cuyo diseño legal siempre previó que el contribuyente solo funge como retenedor, depositario y administrador temporal. Quien causa el impuesto es el consumidor final; quien lo recauda es el contribuyente; pero quien es dueño del impuesto, desde el instante mismo en que se cobra, es el Estado mexicano.
En otras palabras:
El IVA nunca fue botín.
Nunca fue ingreso propio.
Siempre fue dinero ajeno.
No obstante, por décadas se trató como un ingreso adicional en la caja de muchas empresas.
Hacia el control total: la retención como jaque mate
La Ley del Impuesto al Valor Agregado siempre ha tenido un mecanismo implícito y claro: la retención del IVA. Las reformas de los últimos años evidencian una tendencia inequívoca: el Estado busca quedarse directamente con el impuesto, sin intermediarios infieles.
Retenciones del 4%, del 6%, del 10.66%, del 16%… y la expansión de esquemas de retención obligatoria para plataformas, servicios especializados, outsourcing regulado y sectores específicos.
Hoy la autoridad ya no persigue solo a quien deduce indebidamente: busca cortar el flujo económico que alimenta a los factureros. Para lograrlo, hay una ruta lógica:
Si algún día la retención llega al 100% del IVA —y la ley lo permite conceptualmente— el Estado recibirá el impuesto completo al momento en que se genere la operación.
¿Qué significa esto?
1. No hay acreditamiento ficticios.
2. No hay devoluciones fraudulentas.
3. No hay flujo de efectivo para operar empresas fantasmas.
4. Desaparece el incentivo económico de vender facturas.
Ese sería el jaque mate definitivo al mercado de comprobantes falsos. Un golpe que no se logra con auditorías, sino con ingeniería tributaria.
La disputa eterna por el oro
Hoy la lucha continúa:
* El contribuyente quiere su acreditamiento.
* La autoridad busca garantizar que ese acreditamiento sea real.
* Los factureros desean que el sistema siga teniendo huecos.
* El Estado avanza hacia la concentración completa del impuesto.
El IVA sigue siendo el oro tributario que todos quieren, pero cada año ese oro está más lejos del contribuyente y más cerca del Estado. Y jurídicamente, así debe ser.
No se trata de castigar; se trata de recordar lo que el diseño fiscal siempre estableció:
El IVA no es un derecho del contribuyente, sino una responsabilidad.
Un impuesto que no les pertenece, aunque lo administren temporalmente.
La batalla por el oro tributario continúa, pero su final parece escrito: el Estado terminará quedándose con todo. Y cuando ese día llegue, los factureros no solo perderán el deporte nacional… perderán el negocio entero.
Jaque Mate it’s coming…











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