“La posibilidad de que dos líneas paralelas hagan intersección es mínima (punto impropio o punto del infinito) por no decir casi imposible”® (Tomado del artículo “La ecuación imperfecta del amor”/ huggo romerom™Linkedin/
El amor, en su esencia, es una fuerza poderosa que ha sido el motor de la humanidad desde tiempos inmemoriales. Se le ha cantado, escrito, filmado y filosofado, pero a pesar de su omnipresencia en la cultura y en la vida diaria, parece que el amor en la mayoría de los casos, alrededor del 85%, sigue un curso paralelo a la realidad de nuestras vidas.
Es un compañero constante, pero rara vez se cruza de manera directa con la cotidianidad. Es como una sombra que nos sigue, pero que no toca las partes más concretas y prácticas de nuestro día a día.
Amor hacia las cosas
Empecemos por el amor hacia las cosas, ese sentimiento que despertamos hacia objetos, lugares y momentos que, aunque significativos, rara vez se alinean con nuestras responsabilidades y deberes. Podemos amar un coche clásico, una prenda de ropa o una colección de libros, pero ese amor no influye directamente en nuestra vida diaria, no nos obliga a tomar decisiones cruciales ni cambia el rumbo de nuestra existencia de manera inmediata. Es un amor que coexiste con la realidad, sin intervenir en ella.
Amor por el estudio
El amor por el estudio es otro ejemplo claro. Quien se sumerge en los libros, en la búsqueda del conocimiento, experimenta una pasión que corre paralela a su vida cotidiana. Mientras se enfrenta a las demandas del trabajo, las obligaciones familiares o las responsabilidades sociales, este amor por el estudio sigue su propio camino, enriqueciendo la mente y el alma, pero sin interferir en la rutina diaria. Es un amor que vive en un plano paralelo, una dimensión que aporta significado, pero que no se mezcla de forma directa con las exigencias del día a día.
Amor por la pasión y los gustos
La pasión y los gustos personales son otra manifestación de este amor paralelo. Quien se apasiona por el arte, la música, el deporte o cualquier otra actividad encuentra en ello una fuente inagotable de alegría y satisfacción. Sin embargo, estas pasiones rara vez se cruzan con la realidad de las responsabilidades diarias. El amor por la música, por ejemplo, puede llenar las horas de ocio, pero difícilmente influirá en la toma de decisiones importantes en la vida profesional o personal. Es un amor que corre paralelo a la realidad, una línea que se mantiene firme y constante, pero que no se cruza con la trayectoria principal de nuestras vidas.
Amor hacia la gente
El amor hacia la gente, hacia amigos, familiares e incluso desconocidos, también sigue esta línea paralela. Aunque amamos profundamente a quienes nos rodean, este amor no siempre se entrelaza con la realidad de nuestras vidas diarias. Podemos amar a un amigo que vive en otro país, a un familiar con quien apenas compartimos tiempo, o a una pareja que no comparte nuestras aspiraciones o sueños. Este amor existe, es real y poderoso, pero no siempre se alinea con las realidades prácticas de la vida. Es un amor que corre en paralelo, acompañándonos, pero sin alterar nuestro camino.
El amor de tu vida
Finalmente, llegamos al amor de tu vida, ese ideal romántico que todos hemos soñado. Incluso este amor, en el 85% de los casos, sigue una línea paralela a la realidad. Encontrar a esa persona especial no siempre significa que nuestras vidas se alineen de manera perfecta. A veces, las circunstancias, los tiempos o las prioridades son diferentes. El amor existe, es intenso y verdadero, pero sigue su curso paralelo, sin cruzarse con la vida real de manera directa. Es una presencia constante, pero que no siempre logra integrarse con la complejidad de nuestras existencias.
El amor, en sus múltiples formas, es una línea paralela a la realidad de nuestras vidas. Corre junto a nosotros, acompaña nuestros pasos, pero rara vez se cruza de manera directa con las exigencias y responsabilidades diarias. Es una fuerza poderosa, una presencia constante, pero que en el 85% de los casos sigue su propio curso, paralelo, sin interferir con la realidad de nuestras vidas. Es una paradoja que, lejos de restarle valor, lo engrandece, pues nos recuerda que el amor, aunque no siempre se alinee con la realidad, es una de las pocas cosas que realmente nos hace sentir vivos.
En conclusión puedo afirmar que la felicidad esta solo en ese punto impropio, en ese instante que quisiéramos que fuera eterno y no etéreo, ese punto donde la línea de la realidad se cruza con la línea de vida ideal donde incluso podríamos morir pero completamente felices por haber hecho esa intersección que buscaste toda una vida.
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