Mataron a dos ex secretarios de gobernación de Calderón y nadie salió a defender a los panistas

Durante el sexenio de Felipe Calderón, la Secretaría de Gobernación fue un reflejo de la inestabilidad política que atravesaba el país. Dos de sus titulares murieron en funciones, uno tras otro, en accidentes aéreos oficiales que nunca se aclararon por completo. Juan Camilo Mouriño, su hombre más cercano, falleció el 4 de noviembre de 2008 cuando el Learjet 45 en el que viajaba cayó en plena Ciudad de México. Tres años después, el 11 de noviembre de 2011, Francisco Blake Mora perdió la vida en circunstancias casi idénticas. La versión oficial en ambos casos habló de errores humanos. Ninguna investigación llegó más lejos.

Entre ambos episodios, Fernando Gómez Mont dejó el cargo y se deslindó del PAN tras diferencias internas y descomposición política. José Francisco Blake Mora lo sustituyó en 2010, y tras su muerte, Alejandro Poiré asumió la Secretaría durante los últimos meses del sexenio, sin lograr estabilizar la crisis institucional.

En paralelo, el gabinete de Calderón acumuló escándalos de corrupción, renuncias y vínculos con el crimen organizado. Genaro García Luna y Luis Cárdenas Palomino, responsables de la seguridad nacional, hoy están señalados por su relación con el narcotráfico. Pero no fueron los únicos: la administración enfrentó el caso de los sobrecostos de la Estela de Luz, el desfalco en la CFE con contratos inflados y sobornos, además de acusaciones por uso electoral de programas sociales.

A nivel estatal, varios gobernadores panistas y priistas fueron señalados por desvíos multimillonarios o nexos criminales: Ulises Ruiz en Oaxaca, Mario Marín en Puebla, Tomás Yarrington y Eugenio Hernández en Tamaulipas, César Duarte en Chihuahua, por mencionar algunos. En total, más de mil funcionarios municipales fueron asesinados entre 2006 y 2012, muchos de ellos sin investigación ni justicia.

En esos años nadie se atrevía a hablar de narcoestado o de Estado fallido.

Los helicópteros se caían, los secretarios morían, el gabinete se fracturaba y las calles se llenaban de muertos.

Nunca hubo una “mega marcha” porque “ya estábamos hasta la m@dr3”

Y es ese pacto de silencio que defendieron tan férreamente, lo que hoy provoca que las demandas de seguridad y justicia que pueden ser legítimas en algunos sectores de la ciudadanía, parezcan una payasada, cuando los convocantes son los mismos que provocaron el caos en el país.

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