La Trampa de Tucídides

Daniel Martínez Cunill

Tucídides, historiador y estratega, hace una interpretación de la guerra entre Atenas y Esparta. Afirma que la verdadera causa de la guerra fue el ascenso del poderío de Atenas y que Esparta reaccionó con una guerra ante el peligro de perder su hegemonía en la región.

En ciencias políticas se usa la expresión “trampa de Tucídides” para referirse a la disputa hegemónica cuando aparece una nueva potencia en ascenso y reta a la que es dominante hasta ese momento. Esta disputa crea situaciones conflictivas para que estalle una guerra que dirima la supremacía, antes de que la nueva potencia se fortalezca demasiado.

En esta coyuntura, para Donald Trump, el temor es que China se esté convirtiendo en una potencia que lo supere y lo derrote en la disputa por la hegemonía mundial. Teme que el proyecto chino se convierta en esa Atenas ante Esparta, el proyecto estadounidense.

La ofensiva Trump es geopolítica
Trump ganó su reelección con la promesa de librar una guerra comercial sin precedentes contra el resto del mundo, por lo que a nadie deberían sorprenderle sus decisiones iniciales. Sin embargo, lo que sí es sorprendente es que el equipo presidencial cometa el error de entender la economía mundial como una serie de relaciones comerciales bilaterales, cuando en los hechos se trata de un sistema interconectado altamente integrado y en evolución.

Después de ganar las elecciones, Trump llevó a la práctica sus amenazas de manera acelerada, aplicando un arancel de 25 % a los bienes procedentes de México y Canadá, violentando el acuerdo trilateral de libre comercio y que supondrá una profunda alteración del sistema comercial mundial.

Detrás de sus discursos que mezclan migración, tráfico de drogas y comercio desigual, está la búsqueda de industrias estratégicas como la fabricación de defensa y la metalurgia, los suministros médicos y farmacéuticos, y la producción de energía.

Estados Unidos y China son interdependientes

La competencia económica y geopolítica con China no es reciente. La administración Trump introdujo por primera vez aranceles sobre China en 2018 y Biden la amplió en 2020. Probablemente Trump amplía a más países la política de elevar los aranceles porque no logró los efectos deseados atacando solamente a China, no logró reducir el déficit comercial general de bienes de Estados Unidos, que superó un billón (millón de millones) de dólares anuales de 2021 a 2024.

La atención de la administración Trump en México y Canadá refleja el hecho de que, junto con China, son las principales fuentes de importaciones de bienes de Estados Unidos, cada uno de los cuales representará más de 400 000 millones de dólares en 2023. En una economía mundial aún muy integrada, la producción competitiva de China y su dominio de las exportaciones de bienes la convierten en un socio inevitable.

Se espera que para 2030 China represente un asombroso 45 % de toda la producción industrial mundial, un aumento con respecto a 6 % de hace un cuarto de siglo. Los desequilibrios comerciales a esta escala suponen un problema para la economía mundial.

Trump omite reconocer que las cadenas de suministro se adaptaron con componentes chinos enviados a la línea de montaje final en los estados del sudeste asiático y que la industria estadounidense hace parte de esa producción en red.

La tasa bruta de ahorro (la proporción de la renta nacional que no se gasta en consumo) en China es más del doble que en Estados Unidos. Con un bajo consumo y un elevado ahorro China sienta las bases para enormes inversiones en producción, con los bienes que luego deben consumirse en otros lugares. Esta relación da forma a la economía mundial: Estados Unidos consume una enorme cantidad de bienes, y China proporciona muchos de ellos.

A mediano plazo las políticas de Trump simplemente no funcionarán, a menos que su administración parta de un análisis de que el déficit comercial está estrechamente relacionado con la combinación de dos desequilibrios internos, el desequilibrio estadounidense hacia el consumo frente a la inversión y que en China es a la inversa. Para lograr el tipo de reequilibrio en el comercio mundial la administración Trump tendría que inclinarse por la cooperación multilateral y no por una con criterio de “primero los EEUU”.

Tal vez sería más apropiado entender al trumpismo como una cyberoligarquización en la que las instituciones son capturadas para asegurar ventajas sectoriales a los partidarios, intercambiando poder político por poder económico y viceversa.
Desatar la guerra de los aranceles es una estrategia suicida.

El uso de aranceles como herramienta de presión política pone en riesgo la estabilidad y competitividad de la región, socavando décadas de integración económica. En lugar de fortalecer la cooperación para resolver desafíos compartidos, esta política genera un ambiente de mayor incertidumbre y menor crecimiento para todos los involucrados. En una guerra de aranceles no hay ganadores. Todos perdemos, aunque a mediano plazo China puede ser el gran beneficiado.
Si esta medida se mantiene debilitará la integración económica de América del Norte, encareciendo los productos para los consumidores, reduciendo la competitividad de la región y generando incertidumbre para las empresas instaladas en México. No solo el impacto afectaría a México, sino también a las compañías estadunidenses que operan en el país, que verían incrementados sus costos de producción y menor acceso a insumos clave. Además, la posible respuesta comercial de México y Canadá podría perjudicar a los exportadores estadunidenses, complicando aún más la relación trilateral.
En términos macroeconómicos, la incertidumbre sobre el futuro del T-MEC y la inversión extranjera podría generar una desaceleración económica, con una posible contracción del PIB de hasta (-)1.5% si los aranceles se mantienen en el tiempo. Aun si la medida no se implementa de forma permanente, su sola amenaza ya está afectando las decisiones de inversión en sectores clave.

Los aranceles no contribuyen a la integración y al fortalecimiento de la región; todo lo contrario. No solucionan los retos de inseguridad, de migración y del tráfico de sustancias ilícitas
Trump, y su estilo de negociar sobre amenazas y falsas acusaciones, incrementa la incertidumbre en cuanto a la inversión extranjera y otros indicadores económicos. Pero esa inseguridad no solo golpea a sus socios, también sacude a grandes empresas estadounidenses.
La oposición mexicana, es su orfandad de proyecto propio, aspira a que la agresividad de Trump mejore sus posibilidades electorales perdiendo de vista que sumarse a los criterios del adversario no hace más que alejarla de los ciudadanos, que en su mayoría cierran filas con el gobierno y la presidenta Sheinbaum.

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