“Hacernos los locos”

Apuntes desde el suelo

Dr. Lenin Torres Antonio

El 10 de octubre, las facciones fundamentalistas palestinas de Hamás y el gobierno israelí encabezado por Benjamín Netanyahu, firmaron, bajo el auspicio de Donald Trump, un acuerdo de cese al fuego en la Gaza devastada. El resultado de esta lamentable y absurda guerra ha dejado más de 67,000 palestinos muertos y 1,200 israelíes fallecidos, según los últimos reportes. Todo comenzó hace dos años, con la incursión armada de milicianos de Hamás en territorio israelí. A partir de ese momento, la maquinaria bélica de Israel inició una destrucción sistemática, no solo de los combatientes de Hamás, sino de la totalidad de la Franja de Gaza y su población. Gaza y Cisjordania, que representan menos de una cuarta parte del territorio expropiado por Israel a los palestinos, se han convertido en un enclave sobrepoblado donde la población palestina se hacina para sobrevivir. Esta población ha esperado más de 70 años que se le haga justicia y se le restituyan los territorios anexados injustamente por Israel, conforme al derecho internacional, para constituir el Estado Palestino, tal como se hizo con los judíos en Medio Oriente tras la Segunda Guerra Mundial, a expensas de los países árabes circundantes.

Hoy vemos como las contradicciones del capitalismo y el uso del poder por parte de los países de Occidente, encabezados por Estados Unidos, han permitido el sostenimiento de Israel a expensas de la inestabilidad regional en Medio Oriente. Paradójicamente, quienes han apoyado con armas y dinero a Israel para perpetrar el indignante genocidio contra el pueblo palestino, se erigen ahora como árbitros por encima de la obsoleta ONU y su Consejo de Seguridad, pretendiendo poner fin a esta guerra desigual entre Israel y Palestina. En un gesto aún más irónico, Donald Trump ha solicitado reconocimiento y homenaje, incluso proponiéndose como candidato al Premio Nobel de la Paz por haber contribuido al cese del reciente enfrentamiento israelí-palestino, el mismo que Estados Unidos financió y sostuvo con su apoyo incondicional al “Hitler sionista” Netanyahu, actuando como juez y parte.

La locura actual se manifiesta en la cuna misma de la “civilización occidental”: Europa. En Ucrania, se libra una guerra mortal por el predominio global entre la OTAN y Europa contra Rusia y China.

El mundo atraviesa su peor momento público. El corpus conceptual y epistémico que lo sostenía yace como letra muerta ante el arribo de Donald Trump, quien no solo echó por la borda ese legado ilustrado que mantenía vigente la condición social del ser humano como animal de razón, habla, civilidad y ética. El hombre de las cavernas se abre paso entre los escombros de la civilización occidental y sus instituciones. El hombre de la nada, el padre de la horda primitiva, utiliza todo su poder físico y mental para imponerse sobre la especie; ya no necesita el disfraz de un caballero ni, mucho menos, el de un hombre de razón.

La caída de la civilidad occidental es más grave que la caída del Muro de Berlín, que pretendía sostener la superioridad de las sociedades democráticas frente a las “tiranías” fascistas y dictatoriales. Aquello que supuestamente nos diferenciaba de los demás seres vivos —la razón y la sociabilidad— fue demolido en poco tiempo, y la voz del “ello” emergió como si nunca hubiera sido reprimida. Así, vemos como la violencia sustituyó cómodamente al diálogo, y las armas, a los argumentos.

Son tiempos de guerra, de retroceso civilizatorio, de sepultamiento de la razón. Los más fuertes sobrevivirán, y los débiles sucumbirán al vértigo de la destrucción y la muerte. Resuenan los cánticos orgiásticos del Apocalipsis, y el viejo demiurgo se regodea en el caos. Nadie conoce el desenlace de esta novela tragicómica mundial: si al final la rebelión popular de la economía se impondrá sobre la política, o si será posible una reconstrucción no solo del daño moral, sino también del daño epistémico que ha provocado dicha rebelión. ¿Serán los autócratas ricachones quienes sustituyan por completo a la inútil clase política? Hemos pasado de la emancipación de la clase trabajadora a la emancipación de la clase burguesa, siendo esta última un símil de los verdaderos dueños del mundo: la clase económica que, paulatinamente, está gobernando el planeta. Incluso Putin y Xi Jinping pertenecen a esta clase económica.

A El Capital, la insigne obra de Marx le faltó describir que, en esa lucha de clases, no sería la clase trabajadora quien llegaría al poder, sino la asceta nietzscheana devenida en burguesa y luego en económica, quien se convertiría en la verdadera dueña del mundo. La indefensión de los pueblos los ha dejado en estado de shock, incapaces de articular palabra, sin darse cuenta de esta revuelta popular de la clase económica. Aunque se respiran pequeños destellos marxistas, estos solo sirven como ejemplo de que, ni siquiera tras la caída de la clase trabajadora y política, la alternativa será el sueño humanista comunitario de la izquierda. Es y será el gobierno de los ricos la mejor alternativa. Se lee entre líneas: “Rescatemos la grandeza de los EE. UU.”, lema de campaña para el regreso al poder de Donald Trump.

Resistiéndonos a aceptar el fracaso de la civilización occidental democrática e ilustrada, nos aferramos a dicha narrativa para no perder el habla y el verbo. Fueron más de dos mil años los que ocupamos para introyectarla (interiorizarla); volver a pensar resulta sumamente traumático, pues el mismo pensamiento está atrapado por esa narrativa que no solo fue social, sino también científica. El regreso al mito resulta grotesco para mentes profundamente alienadas y enfermas. La enfermedad mental parece ser el único refugio, y como Ulises, alucinamos, haciendo parecer que se siembra fuera entre los surcos, para así evitar la locura con la misma locura.

Sin darnos cuenta, estamos siendo obligados a “hacernos los locos”. Como cuando, pese a saber la obsolescencia de las instituciones supranacionales que nadie respeta, observamos los cónclaves de los gobernantes —como en la última asamblea de la ONU— pasar uno por uno, creyendo que lo dicho será escuchado y lo acordado servirá para construir un mundo más justo y habitable. Aunque, al salir, se reúnan los iguales para continuar las guerras, el desarrollo tecnocientífico de las armas, y las disputas arancelarias y comerciales, dejando “lo hablado” tan sólo en las memorias de las asambleas del espectro llamado ONU.

Se hace presente el genio ruso Fiódor M. Dostoievski: “Hemos nacido muertos y, durante largo tiempo, no hemos sido engendrados por padres vivos, cosa que nos agrada cada vez más. Le estamos tomando gusto. Pronto inventaremos la manera de nacer de una idea” (Apuntes del subsuelo). Previamente, sucumbió Edipo como el único dispositivo que permitía sentir “culpa”, y ahora, del lado de la psicosis, “nos hacemos los locos” para evitar lo real y sus consecuencias.

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