Por huggo romerom™

Llega un momento en la vida —si es que esto todavía puede llamarse vida— en que uno se topa con una verdad tan desgarradora como inevitable: la única solución parece ser desaparecer. No porque falte valor, sino porque sobra hartazgo. Estoy hasta la madre de todo. Del ruido, de la gente, de las opiniones no pedidas, de las cadenas invisibles que me amarran al deber, al deber ser, al “deber quedarme”.
He sido un preso. No desde ayer, ni desde hace diez años. He sido un preso desde que tengo memoria. Mi celda ha cambiado de formas, colores, nombres y rostros, pero siempre está ahí: opaca, fría, silenciosa o ruidosa según convenga a mis carceleros. Mi único sueño, el único que me mantiene respirando sin ganas, es la libertad total. Esa libertad radical que muchos temen porque implica soledad, y yo estoy dispuesto a pagarla. Porque vivir atado ya no es opción. Ya no puedo más.
He intentado irme de este mundo. Lo digo sin adornos. A los treinta años, primero. Después, hace cinco. No fallé por miedo. Fallé por honor. Le di mi palabra a un amigo, y un hombre no traiciona su palabra. Pero cada día encuentro un nuevo motivo para querer morirme. Cada día, sin excepción, alguien o algo me recuerda que no soy libre, que mi derecho a hacer o no hacer, a ser o no ser, está coartado por los otros, por sus juicios, por sus miedos, por su conveniencia. Y temo que algún día, en lugar de desaparecer yo, desaparezca mi humanidad. Temo reaccionar como lo pienso.
Este no es un tema de psicólogos ni de terapeutas. No me hablen de mindfulness ni de ejercicios de respiración. Este es un tema existencial, animal, espiritual si se quiere. Es una cuestión de libertad o muerte. Porque sin libertad real, la vida es un simulacro. Un teatro de mentiras con público hipócrita y actores rotos.
Y ahora mismo, mientras escribo, estoy desbordado de ira. La escribo para no estallar. Porque aunque mis carceleros merecen cada puñetazo que contengo, yo no quiero convertirme en ellos. No quiero causar daño. No soy un asesino. No soy un vengador. Soy un hombre que no puede más, que quiere vivir bajo sus propias reglas, con sus propios errores, con sus propias consecuencias. Y eso, por alguna razón, le resulta inaceptable al mundo.
Pero se acabó. Buscaré mi libertad cueste lo que cueste. Si la soledad es el precio, que venga. Si el juicio de los demás es el costo, que juzguen. Si tengo que cargar mis propias culpas sin pedirle permiso a nadie, lo haré. Porque para mí, por la libertad, cualquier precio es barato.
Ya no me importa si me entienden. No estoy escribiendo para convencer a nadie. Estoy escribiendo para no enloquecer, para no estallar, para seguir siendo humano mientras me arranco los barrotes que me rodean.
Y si algún día no me encuentran, no lloren (jajá hasta creo). No pregunten (jajá sigo creyendo). No inventen cuentos. Solo digan que me fui por fin a donde soy libre.

Leave a Reply