El poder de una voz, su magia, sus efectos, sus etc., etc. ©

Hay voces que son más que sonidos. Son refugios, son abrazos invisibles, son puentes que nos llevan de la tristeza a la calma, del enojo a la paz, de la soledad a la compañía. Escuchar la voz de quien queremos en los momentos clave de nuestra vida es un regalo que pocas veces valoramos como se merece. No importa si estamos tristes, felices, enojados o simplemente en silencio, hay voces que tienen la capacidad de sanar, de alegrar, de darnos la certeza de que no estamos solos.

Cuando estamos tristes, esa voz que anhelamos escuchar se convierte en un bálsamo. Puede ser la de un amigo, un ser querido, o alguien que amamos profundamente. No necesita decir grandes palabras, basta con que exista, con que nos haga sentir que, aunque el mundo parezca gris, todavía hay algo hermoso en él. En esos momentos, una simple frase como “aquí estoy” o “todo va a estar bien” puede ser la diferencia entre el desconsuelo y la esperanza.

En los días de enojo, cuando el mundo parece injusto y todo nos irrita, escuchar esa voz especial nos devuelve la calma. No porque mágicamente resuelva los problemas, sino porque suena como una melodía conocida que nos recuerda lo que realmente importa. A veces, solo necesitamos que alguien nos diga “te entiendo” o que, sin decir nada, nos haga sentir que hay alguien dispuesto a escuchar.

Pero no solo en los momentos difíciles esa voz es especial. Cuando estamos felices, cuando la vida nos sonríe, compartir esa alegría con la persona que queremos escuchar hace que todo sea aún mejor. La risa en su voz se convierte en nuestra risa, la emoción en sus palabras hace que nuestra felicidad se multiplique. Saber que alguien se alegra por nosotros, que comparte nuestra emoción, es un regalo invaluable.

Antes de dormir, una voz querida puede ser la mejor despedida del día. Nos da tranquilidad, nos envuelve como una caricia y nos deja un susurro en el alma que nos acompaña en los sueños. De la misma forma, al despertar, esa voz tiene el poder de llenarnos de energía, de hacernos sentir que cada nuevo día vale la pena porque tenemos a alguien a quien escuchar.

Y a veces, no hay ninguna razón especial para querer escuchar una voz. No estamos tristes ni alegres, no buscamos consuelo ni compañía, simplemente queremos que hable. Porque su sonido es familiar, porque nos hace sentir en casa, porque nos recuerda que estamos conectados con alguien que nos importa. Escuchar esa voz es un placer en sí mismo, un regalo que Dios, la vida o el destino nos ha dado.

La voz de quien amamos es más que palabras. Es una caricia al oído, un beso al alma, una melodía que nunca queremos dejar de escuchar. Quizá por eso, cuando nos falta, sentimos un vacío que ninguna otra voz puede llenar. Porque algunas voces no solo se oyen, se sienten. Y sentirlas es, sin duda, uno de los mayores regalos de la vida.

huggo romerom™                                                                                                             

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *